Mercado laboral 2025 en América Latina y el Caribe: desafíos urgentes

América Latina avanza, pero la informalidad y las brechas limitan el progreso

Santo Domingo. – A las puertas de 2026, América Latina y el Caribe se mueven en un terreno que parece estable por fuera, pero que guarda tensiones profundas debajo. El más reciente Panorama Laboral 2025 de la OIT muestra una región que crece, sí, pero sin romper los nudos estructurales que frenan el desarrollo desde hace décadas. El informe revela un año con ligeros avances en empleo, salario e inflación, aunque con rezagos persistentes en productividad, informalidad y brechas de género y territorio. Un equilibrio frágil que obliga a mirar más allá de los números.

Crecimiento moderado y consumo como motor principal

El 2025 cerró con un crecimiento económico regional del 2.4 %, una cifra que confirma tres años consecutivos de expansión estable, pero claramente por debajo del promedio mundial. Aunque el dato suena positivo, el informe advierte que buena parte de ese impulso depende de factores externos: precios internacionales más bajos para alimentos y energía, menor presión inflacionaria y la depreciación del dólar estadounidense. Todo eso ayuda, pero no transforma.

Internamente, el consumo privado volvió a ser el gran sostén de la demanda, acompañado por una recuperación tímida, pero constante, de la inversión. La política monetaria, en manos de bancos centrales todavía cautelosos, mantuvo tasas altas para contener la inflación. Eso estabilizó los precios, pero enfrió también parte del dinamismo productivo. La región, en pocas palabras, sigue creciendo, pero sin despegar. Y para 2026 ya se anticipa una ligera desaceleración al 2.3 %, marcada por deudas elevadas, baja productividad y un contexto global incierto.

Empleo estable, pero con realidades divididas

En el terreno laboral, 2025 dejó cifras que, vistas desde lejos, parecen tranquilizadoras. La participación laboral se mantuvo en 63.3 %, la ocupación subió a 59.6 % y la desocupación bajó a 5.8 %, su nivel más bajo en años. Eso certifica la recuperación pospandemia, pero no alcanza para hablar de mejoras estructurales.

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Y es que detrás de esa foto fija hay realidades muy distintas. Las zonas urbanas lograron consolidar su recuperación, mientras que las rurales se quedaron atrás, ampliando una brecha que ya se arrastraba desde hace más de una década. La distancia en participación entre ambos territorios llegó a cuatro puntos porcentuales y la diferencia en ocupación se expandió de uno a tres puntos desde 2012. Una señal clara de que el crecimiento no llega igual para todos.

La composición del empleo también envía señales mixtas. El alza en la ocupación provino del empleo asalariado privado y del trabajo por cuenta propia, una combinación que refleja dinamismo, pero también vulnerabilidad. Mientras tanto, el empleo doméstico remunerado —uno de los sectores históricamente más frágiles— continúa disminuyendo, un fenómeno que la OIT observa con atención.

Una informalidad que se niega a ceder

Quizá el dato más preocupante de todo el panorama es el mismo que se repite año tras año: casi la mitad de las personas ocupadas en la región (47 %) sigue trabajando en condiciones de informalidad. Y aunque hay una ligera mejora desde 2021, la reducción es tan pequeña que no altera la naturaleza del problema.

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La informalidad, además, muestra brechas enormes entre países. Uruguay y Chile rondan el 30 %, mientras Bolivia y Perú superan el 70 %, lo que deja claro que cualquier estrategia para reducirla debe adaptarse a realidades productivas e institucionales muy distintas.

Género y juventud: dos brechas que no terminan de cerrarse

El informe también analiza las desigualdades de género. Aunque hay señales de mejora, el ritmo es todavía lento. La participación femenina se mantiene alrededor del 53 %, frente a un 75 % de los hombres; y la ocupación se sitúa en 49 % para ellas, frente al 71 % para ellos. La desocupación femenina, además, sigue siendo más alta: 7 % frente a 5 % en los hombres.

La situación de los jóvenes es aún más crítica. La tasa de desocupación juvenil alcanza el 12.5 %, casi tres veces la de los adultos. Y más de la mitad de los jóvenes ocupados trabaja en la informalidad. Aunque ha disminuido el número de jóvenes que no estudian ni trabajan, la región mantiene una preocupante feminización de este grupo, que afecta sobre todo a mujeres jóvenes con dificultades para insertarse en el mercado laboral.

Salarios: un respiro en medio de las tensiones

No todo son sombras. Entre 2024 y 2025, el salario mínimo real aumentó en 11 de 17 países analizados. También se registraron mejoras en los salarios medios por hora en la mayoría de las economías evaluadas. Son avances discretos, pero contribuyen a aliviar el rezago salarial que dejó la pandemia.

2026: un año de riesgos y decisiones

El 2025 cerró con señales de equilibrio, pero el 2026 podría traer un nuevo ciclo de incertidumbre: tensiones geopolíticas, riesgos climáticos, comercio global inestable y un avance acelerado de tecnologías como la inteligencia artificial que transforman sectores completos. El desafío para la región será evitar que esa complejidad frene la creación de empleo formal y profundice las desigualdades ya existentes.

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El informe insiste en que América Latina necesita políticas integrales que impulsen productividad, diversificación económica y formalización laboral, con especial atención a mujeres, jóvenes y territorios rezagados. Solo así la región podrá transformar la recuperación coyuntural en un proceso real de crecimiento inclusivo y sostenible.