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Por qué hablar al volante nos vuelve "ciegos" ante el peligro

| | 3 min read
Los conductores se sienten seguros si mantienen las manos en el volante
Científicos demuestran que el esfuerzo de hablar distrae al cerebro lo suficiente como para frenar la capacidad de los ojos para detectar riesgos.

Un estudio revela que conversar retrasa los movimientos oculares.

La mayoría de los conductores se sienten seguros si mantienen las manos en el volante y la vista en la carretera, incluso mientras mantienen una conversación animada. Sin embargo, la ciencia acaba de poner una señal de alerta sobre una distracción que no se ve, pero que puede ser fatal. Un grupo de investigadores de la Universidad de Salud de Fujita, en Japón, ha descubierto que el simple acto de hablar impone una carga cognitiva tan pesada que el cerebro llega a retrasar los movimientos oculares esenciales para una conducción segura.

El estudio, liderado por el profesor Shintaro Uehara y publicado en la revista PLOS ONE, arroja luz sobre un dato crítico: el 90% de la información que procesamos al conducir llega a través de los ojos. Si ese flujo de datos se ralentiza, aunque sea por milisegundos, la capacidad de reacción ante un peatón que cruza o un frenazo repentino se ve seriamente comprometida.

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El experimento: hablar vs. escuchar

Para entender cómo el habla interfiere con la vista, los científicos analizaron a 30 adultos sanos en tres escenarios distintos: mientras hablaban (respondiendo preguntas de cultura general), mientras escuchaban la lectura de una novela y en un estado de control sin distracciones.

Los resultados fueron contundentes. Solo cuando los participantes tenían que formular respuestas y hablar, sus ojos se volvían más lentos. Se detectaron retrasos claros en tres momentos clave: el tiempo en que el ojo tarda en reaccionar a un objeto nuevo, el tiempo que tarda en desplazarse hacia él y el tiempo que necesita para enfocarlo y estabilizar la imagen. 

Curiosamente, estos fallos no ocurrieron mientras los sujetos simplemente escuchaban, lo que sugiere que el problema real no es el sonido ambiente, sino el esfuerzo mental que requiere organizar y producir palabras.

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Un riesgo invisible en el manos libres

Este hallazgo cuestiona la falsa sensación de seguridad que ofrecen los sistemas de manos libres. Aunque las manos no estén ocupadas, los mecanismos neuronales que controlan la mirada sí lo están. "Incluso las conversaciones cotidianas pueden interferir con los procesos que guían los movimientos oculares", explica el doctor Uehara.

Durante la conducción, especialmente en entornos urbanos donde hay que vigilar constantemente los retrovisores, el tablero y el entorno, estos pequeños retrasos se acumulan. No se trata solo de que el conductor tarde en pisar el freno; es que el cerebro tarda más tiempo en "ver" que hay un obstáculo. Es una especie de "ceguera cognitiva" que ocurre antes de que el conductor sea consciente de que debe tomar una decisión.

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Más allá de la acción física

El equipo de investigación aclara que hablar no es el único factor de riesgo, pero sí uno de los más discretos. A menudo, el conductor no nota que su escaneo visual es menos preciso. Esta interferencia socava el rendimiento mucho antes de que se produzca una maniobra física.

Este estudio no busca prohibir la palabra en el coche, sino fomentar una conciencia real. Entender que nuestro cerebro tiene límites para gestionar tareas simultáneas exigentes puede ayudar a diseñar mejores interfaces en los vehículos y, sobre todo, a que los conductores decidan cuándo es el momento de callar para centrarse en lo que realmente importa: el asfalto. Con datos de Europa Press.

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