El tablero se mueve: Trump y Putin acortan distancias
El Kremlin y el enviado de EE. UU. ven el fin del conflicto más cerca que nunca.
El panorama diplomático entre Washington y Moscú ha dado un giro que se acerca a los 180 grados. En un gesto que rompe con años de hostilidad, el Kremlin ha recibido con optimismo la nueva estrategia de seguridad de Donald Trump, que elimina a Rusia de la categoría de "amenaza directa". Para Dmitri Peskov, portavoz ruso, esto no es un simple cambio de palabras, sino una ventana abierta a la estabilidad estratégica.
En sintonía con este deshielo, Keith Kellogg, el enviado especial de Trump para Ucrania, ha soltado una frase que invita a la esperanza: el acuerdo de paz está "en los últimos diez metros". Según Kellogg, la resolución del conflicto depende ahora de dos nudos críticos: el control del Donbás y el futuro de la central nuclear de Zaporiyia, bajo mando ruso desde 2022.

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La sensación en los pasillos de poder es que, por primera vez, las piezas encajan. Si se logran desatar esos últimos flecos territoriales y energéticos, el fin de la guerra dejaría de ser una utopía para convertirse en un hecho. Tras millones de bajas, parece que el realismo político de la nueva administración estadounidense está logrando que Moscú baje la guardia y se siente, finalmente, a negociar un cierre definitivo.
El Kremlin ve con buenos ojos el plan Trump
El aire en Moscú parece un poco menos gélido tras los últimos anuncios provenientes de Washington. El Kremlin no ha tardado en reaccionar a la nueva Estrategia de Seguridad Nacional presentada por Donald Trump, un documento que marca un antes y un después en la retórica de la Casa Blanca.
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Pero lo que más ha llamado la atención en los despachos rusos es la desaparición de la etiqueta de "amenaza directa" para Rusia, un cambio de tono que el portavoz de la presidencia, Dmitri Peskov, ha calificado como un avance positivo y un contraste necesario frente a las administraciones anteriores. Esto según la agencia rusa de noticias TASS, que recoge Europa Press..
Para Peskov, las señales que emite este segundo mandato de Trump rompen con el tradicionalismo beligerante de años pasados. El documento propone ahora explorar vías de cooperación en estabilidad estratégica, una invitación al diálogo que en Moscú ha sido interpretada como una apertura diplomática real.
Sin embargo, en el Kremlin mantienen la guardia: han advertido que analizarán el texto con lupa antes de lanzar las campanas al vuelo. Rusia sabe que, en geopolítica, las palabras sobre el papel suelen ser el preludio de negociaciones mucho más ásperas.
La estrategia de Trump, resumida en el lema "Expandir y alistar", no oculta sus ambiciones. Si bien tiende un puente hacia Moscú, el objetivo central de Estados Unidos sigue siendo recuperar su predominancia en Occidente mediante el uso del "poder duro".
Trump no solo habla de misiles; habla de aranceles y acuerdos comerciales recíprocos como armas de presión. Es una diplomacia de negocios, donde la seguridad se compra y se vende, y donde los aliados deben "alistarse" para frenar la migración y el narcotráfico si quieren seguir bajo el paraguas económico de Washington.
Este nuevo mapa global también pone el foco en China, buscando un reequilibrio económico, y en África, donde Trump pretende jubilar la vieja política de "difusión de ideas liberales" para centrarse exclusivamente en el comercio. Es un mundo diseñado a imagen y semejanza de un magnate: menos ideología, más intereses tangibles.
Moscú observa este giro con un interés pragmático. Si la Casa Blanca está dispuesta a tratar a Rusia como un interlocutor estratégico en lugar de un enemigo a abatir, el escenario internacional podría estabilizarse en áreas críticas.
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No obstante, la cautela sigue siendo la norma. Como bien señala el Kremlin, la letra pequeña de esta nueva estrategia estadounidense determinará si estamos ante una paz duradera o simplemente ante una tregua táctica para reorganizar el dominio americano en otros frentes.

El equipo de Trump ve el final del túnel
La guerra en Ucrania podría estar entrando en su recta final, o al menos eso es lo que sostiene el círculo íntimo de Donald Trump. Keith Kellogg, el hombre designado por el presidente electo para desenredar el conflicto, ha soltado una frase que ya retumba en las cancillerías de medio mundo: el acuerdo está "realmente cerca".
Utilizando una metáfora militar, Kellogg asegura que estamos en esos "últimos diez metros" antes de alcanzar el objetivo, un tramo que, aunque corto, suele ser el más sangriento y complicado de transitar.
Desde el Foro de Defensa Ronald Reagan, el enviado especial fue inusualmente optimista, pero también pragmático. Según su lectura, la paz no depende de mil detalles, sino de destrabar dos nudos críticos: el control de la región del Donbás y el futuro de la central nuclear de Zaporiyia, la infraestructura energética más grande de Europa que sigue bajo dominio ruso.
Kellogg cree que si se encuentra una solución creativa para estos dos puntos, el resto de las piezas del rompecabezas caerán por su propio peso.
El tono de Kellogg no es el de un soñador, sino el de alguien que mira las cifras y se estremece. Al comparar este conflicto con otros traumas históricos, los datos son espeluznantes. Mientras que la Unión Soviética se retiró de Afganistán con 18.000 bajas y Estados Unidos dejó Vietnam tras perder a 58.000 hombres, las cifras combinadas de Rusia y Ucrania superan ya los dos millones de bajas.
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Es una escala de carnicería humana que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial y que, para la administración entrante, hace que detener la guerra sea una urgencia moral y estratégica.
La estrategia de Washington parece clara: hablar con todos. Kellogg insistió en que se mantendrán líneas abiertas tanto con Volodímir Zelenski como con Vladímir Putin. No hay espacio para remilgos diplomáticos cuando el objetivo es frenar la hemorragia.
Para el equipo de Trump, la paz no llegará por una victoria total en el campo de batalla, sino por una negociación fría y directa que acepte las realidades territoriales y de seguridad sobre el terreno.
A pesar del optimismo, el enviado reconoce que negociar estos puntos finales ha sido "extremadamente duro". La fricción en esos últimos diez metros es real y cualquier error de cálculo podría devolver a ambos países a una guerra de desgaste infinita.
Sin embargo, la señal que envía Estados Unidos es potente: el tablero está listo para cerrarse, y la presión sobre Kiev y Moscú para que cedan en lo indispensable nunca ha sido tan alta.
Con datos de Europa Press.
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